Aquel hotel de guerra en la Gran Vía

 

Muchos de los que leen esto habrán paseado alguna vez por la Gran Vía de Madrid. Antonio López la ha retratado como nadie, con la luz apastelada y el asfalto limpio, sin personas ni vehículos.

 

Otros habrán entrado al Edificio Telefónica, que se encuentra en ella, aunque sólo sea para adquirir el iPhone. Durante muchos años fue el más alto de Madrid y terminó convirtiéndose en la  sede del grupo empresarial.

 

Lo que menos personas conocen, porque la Historia se olvida, es que ese lugar fue destino obligatorio para muchos periodistas extranjeros durante la Guerra Civil española. Allí se presentaban los textos a los censores y se transmitían los cables mutilados a las redacciones.

 

 

 

 

Hace unos dos años, el Instituto Cervantes organizó una muestra sobre «Corresponsales en la  Guerra de España» y la completó con la edición de un libro que contenía muchos de los artículos y fotografías  expuestas. Hemingway, su amigo/enemigo Dos Passos, Orwell, Saint-Exupéry, Alving… Tod@s estaban allí, con sus problemas cotidianos para entender la guerra y contarla. Sin dejar de vivir al mismo tiempo.

 

Primero salió en papel, con una encuadernación especial, pero hace ya tiempo que Corresponsales en la guerra de España está disponible en Internet, y es todo un lujo. Una de las crónicas, de John Dos Passos, recuerda la relación de los reporteros con el «rascacielos»:

 

Hoy, casi nadie pasa por la Gran Vía sin acelerar el paso un poco, ya que es la calle donde caen más proyectiles, pero nadie corre tanto como para detenerse y echar una mirada al alto edificio de tipo neoyorquino de la Telefónica para ver si tiene nuevos agujeros de metralla. Resulta gracioso cómo el edificio menos español de Madrid, la torre barroca de la International Tel and Tel de Wall Street, el símbolo del poder colonizador del dólar, se ha convertido en la mente de los madrileños en el símbolo de la defensa de la ciudad. Es notable que cinco meses de bombardeos intermitentes hayan producido tan poco daño. Hay tan pocos agujeros y desconchones que podrían repararse en un par de semanas. En el lado del que provienen los disparos se han tapiado las ventanas de varias plantas. La ostentosa ornamentación de época apenas se ha desportillado.

 

En el interior se siente uno especialmente seguro. El sistema íntegro del servicio telefónico sigue funcionando dentro de las oscuras oficinas. Los ascensores funcionan. Todo da una sensación como de domingo en un edificio del centro de Nueva York. Los censores de prensa —un español cadavérico y una austriaca regordeta y bajita de voz agradable— están en su gran oficina silenciosa. Dicen que van a trasladar su oficina a otro edificio. Es muy molesto pedir a los periodistas que se agachen durante un bombardeo cada vez que tienen que registrar un artículo, y los censores empiezan a sentir que los artilleros de Franco les están persiguiendo personalmente.

 

Dos Passos llamó a esta crónica «Habitación con baño en el Hotel Florida«, porque hablaba en ella del Edificio de Telefónica pero también de cómo era en general su vida y la de los corresponsales en Madrid:

 

Me despierto de repente con la garganta seca. Aún no es de día. Estoy acostado en una cama cómoda, en una habitación de hotel limpia y bien dispuesta, viendo el rectángulo color añil claro de la ventana. Me siento en la cama. De nuevo, el silbido agudo y creciente, el impacto estruendoso, el golpeteo de las tejas, el tintineo con el que caen los cristales rotos y los fragmentos de granito. Debe de haber caído cerca porque el hotel ha temblado. Mi cuarto está en el séptimo u octavo piso. El hotel está en una colina.

 

En aquellos días el Florida -donde dormían muchos de los corresponsales- se convirtió en un icono tan poderoso como otros muchos hoteles de guerra que le seguirían: el Continental de Saigón, el Commodore de Líbano, el Hyatt de Belgrado o el Hotel Palestina de Bagdad. Pero no sobrevivió al tiempo, porque también en arquitectura la Historia se olvida, y su lugar lo ocupa ahora El Corte Inglés de Callao.

 

La Gran Vía cumplirá 100 años el próximo mes de abril. Es el momento. Recomiendo a todos aquellos que estén enfadados con la ciudad (por las prisas, el ruido, la suciedad) o con el Periodismo (más o menos por lo mismo) que homenajeen de dos modos a aquellos idealistas bajo las balas:

 

a) Imprimiendo cualquiera de las crónicas del libro para leerla en un lugar tranquilo.

b) Tomando, con esa otra mirada, una copa al atardecer en el restaurante del Hotel Vincci (Edificio Capitol de Callao, en la foto). Sus ventanales ofrecen algunas de las mejores vistas que pueden obtenerse de la Gran Vía en estos momentos. También son bonitas las de la cafetería de El Corte Inglés, pero no es lo mismo.

 

 

Edificio Capitol - Alex Castellá

 

 

Salvando las muchas distancias, el bar del Vincci tiene algo de aquel otro donde conversan Scarlett Johansson y Bill Murray en Lost in Translation y también recuerda al Rainbow Room del Rockefeller Center, en Nueva York. Pero sobre todo permite lo mismo que la lectura de las crónicas: darse cuenta de que en el fondo lo importante del Periodismo es que siga siendo un compromiso, y que esta ciudad, hasta en sus momentos más hostiles, se pone a los pies de cualquiera que la sepa mirar con verdadero afecto.

 

  •  El enlace a las crónicas de «Corresponsales en España»