Buenas noticias sobre fact-checking y verificación

 

pinocho

 

A mediados de 2014 escribí a un experto que estaba creando un grupo virtual de trabajo sobre fact-checking para preguntarle si podía sumarme. Le expliqué que me interesaba el estudio de Internet como fuente y la verificación digital, habiendo ayudado a traducir un manual de referencia sobre el asunto. Añadí que sobre todo me atraía su utilidad para la información internacional.

Contestó muy amablemente que había cierta confusión sobre el término fact-checking y lo desglosó en dos: a) la parte del proceso editorial en que los periodistas verifican el rigor de sus artículos y b) la relativamente nueva forma de periodismo político consistente en investigar declaraciones de políticos y determinar su rigor, frecuentemente otorgándole una calificación o clasificación. Dijo que a la iniciativa que estaba impulsando le interesaba lo segundo (poniendo ejemplos concretos de medios que lo practicaban), y que temía que no fuera apropiada para mí.

No estaba muy de acuerdo con esa división y se lo hice saber: que no me veía en solo una de esas dos líneas. Es cierto que mi actividad estaba más cerca de lo que entonces hacían proyectos como Storyful que de lo que él narraba. Yo perseguía ser capaz de saber si un contenido digital era o no cierto: investigar su localización, la fuente, la situación, la fecha. Le prestaba más atención a los contenidos generados por usuarios (CGU) que a las declaraciones de los líderes políticos. No obstante -y así se lo dije- a menudo las pistas que ofrecía el fact-checking tal y como él lo había descrito me parecían útiles para mi trabajo, incluso esenciales.

Ni entonces ni ahora consideré que mi búsqueda de la verdad estuviera tan separada de la suya como él pensaba, y le seguí manifestando inclinación a vincular ambas. Ya no hubo respuesta y respeté su decisión final de no incluirme en aquella conversación internacional.

Hace poco vi que la iniciativa de este experto es una de las 70 que se han asociado recientemente a First Draft News. A esta coalición de referencia en verificación digital nacida en junio de 2015, uno de cuyos nueve socios fundadores es Storyful, se han sumado decenas de nuevas entidades sobre todo después del triunfo de Donald Trump. First Draft News se dedica a mejorar las habilidades y estándares para reportar y compartir información que emerge en línea, incluyendo grabaciones de testigos (eyewitness media) -que han ganado importancia dentro de los CGU- y las llamadas noticias falsas (fake news) que muchos sitúan tras el éxito del multimillonario.

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Noqueados por la victoria del candidato republicano, en noviembre de 2016 las primeras críticas de los expertos se dirigieron contra los medios de comunicación por haber «consentido» el acceso de alguien como él a la presidencia subiendo peldaños hechos de mentiras. Las grandes cabeceras se defendieron argumentando entre otras cosas que habían dedicado esfuerzos descomunales al fact-checking pero que el votante había hecho caso omiso, y era verdad. Hubo notables recursos reservados para la tarea, especialmente por parte de los llamados tres grandes en este campo: PolitiFact.com (Tampa Bay Times), Factcheck.org (Annenberg Public Policy Center) y Fact-checker (The Washington Post). Pero a ese frente decidido se le escapó por la retaguardia el nuevo género de las noticias falsas, que en realidad no es tan nuevo.

Valorando enormemente el esfuerzo de fact-checking que se hizo, que honra al periodismo y fue ejecutado con extraordinaria profesionalidad (se han citado tres ejemplos pero hubo muchos más), no puedo dejar de pensar que quizá pusimos el mayor afán de observación en una manzana sospechosa sin atender a otras nuevas morfologías de la mentira en el cesto digital. Están los trols, los bots o cuentas automatizadas, los perfiles falsos, las campañas pseudoespontáneas, la propaganda digital encubierta, además de las ya mencionadas noticias falsas. Todo eso nos sonaba más lejano, pendientes como andábamos principalmente de la retórica de los partidos. ¿Pero no quedábamos en que la gente había dejado de escuchar a los políticos por hartazgo? ¿Qué esperábamos que sucediera con el análisis de lo que decían?

Tendemos a re-etiquetar y a re-clasificar y quizá erramos al abrazar el fact-checking, que literalmente es «comprobación de datos», desde un ángulo que nos parecía más moderno pero que es más reduccionista: fact-checking ha terminado siendo prioritariamente lo que dicen o lo que mienten los políticos. Hasta la palabra verificación, de cuya amplitud no habría por qué dudar, se ha contaminado de esa perspectiva centrada en las declaraciones (hola, FUNDEU). Pero ese fact-checking de altura, vestido con las características que le daba aquel experto a quien sigo respetando, ha resultado elitista: no hizo a la ciudadanía reaccionar. Y quizá nos hiciera relegar la verificación en otros campos.

Entronizamos algunos temas periodísticos y echamos otros a la cuneta. Convertimos en trending topic una perspectiva, ignoramos el resto. Inventamos palabras que nos presentan como descubridores de lo que ya estaba ahí. Cuando escucho curator siempre recuerdo el término gatekeeper. ¿Hay tanta diferencia? Cuando veo todo el SEO redirigido repentinamente a las noticias falsas y tantos nuevos expertos en ellas… En fin, ya hay portavoces más autorizados que yo que se han cansado de la expresión. Y al leer fact-checking, en realidad me pregunto por qué no nos referimos a la verificación, esa verificación que debería ocuparse de la comprobación de la verdad en todos los hechos que ocurren o se expresan y que los periodistas queramos relatar.

Aunque ahora esté por fin de moda, ni siquiera deberíamos limitarnos a la verificación digital. La necesidad de comprobación es anterior a las redes sociales y no depende de ellas. Ya la describieron en 2003 Bill Kovach y Tom Rosenstiel en su libro Los elementos del periodismo: «A fin de cuentas, el periodismo se diferencia del entretenimiento, la propaganda, las obras de ficción o el arte por su disciplina de verificación». El caso Nadia lo demuestra: en Internet y en el mundo real se trata de comprobar y comprobar hasta la extenuación antes de contarle al ciudadano qué sucede. La mentira puede estar en encuestas, gráficos, boletines oficiales, bases de datos, sitios web, noticias sobre causas aparentemente justas, conversaciones reales y, por supuesto, en declaraciones. Esto no excluye el fact-checking político ni debería hacerlo. Este post no es contra nadie, no pide que se elimine ninguna opción, sugiere que se sumen todas y cree que deberíamos haberlo hecho antes.

Ante el fenómeno de la postverdad, algunos medios se han decidido a lanzar iniciativas que reflejan ese acercamiento a la verificación digital, así como una concepción más holística de la mentira en sus secciones de investigación (Reuters, The Washington Post, CNN). En ese contexto de efusión, cuidado con los anuncios que buscan surfear la ola: se ha dicho que la BBC lanzará un nuevo equipo contra las noticias falsas, pero Reality Check existía previamente (con una óptica política) y lo que hará ahora es redibujar sus tareas y colaborar con el personal de la cadena centrado en CGU, que conforma una unidad muy potente ya desde hace años. Otro ejemplo más de que fact-checking y verificación digital pueden aliarse para ganar.

En España, El Objetivo (La Sexta) se ha asociado a First Draft News y ha dedicado un programa de corte sociológico a la mentira, mientras la iniciativa Maldita Hemeroteca acaba de sumar la de Maldito bulo, una cuenta de Twitter destinada a frenar embustes. La Asociación de la Prensa de Madrid ha centrado el primer número de 2017 en el fenómeno de la postverdad (que no he leído aún pero que no dudo en recomendar fervientemente) y ya apostó en octubre de 2015, antes del triunfo de Trump, por un curso de verificación de contenidos internacionales en redes sociales. Se anuncian congresos, seminarios y debates.

Todas son noticias extraordinarias pero estarán bien sobre todo si el esfuerzo se sostiene. Porque el de la verificación digital es un camino áspero y largo que se transita solo a base de errores. Personalmente, he cometido algunos fallos gigantes en el proceso de aprendizaje y no conozco a ningún periodista de los que admiro al que no le haya pasado lo mismo. Si no has metido la pata con la verificación, es que no la has intentado todavía.

También han errado grandes medios y lo bueno de que lo hayan hecho varios es que ya no pueden echárselo en cara unos a otros. Si uno pone en marcha protocolos para evitar el engaño, no hay nada que objetar ante el fallo. Se intentó. Aprender a verificar significa también aprender a pedir perdón tras el error, entendiendo que lo único vergonzoso sería no reconocerlo. La nueva mentira es poliédrica. Ganamos si todos ponen en común viejas y nuevas vías para afrontar cada una de sus caras. Sin etiquetas.