Enrique Meneses. Una impresión

 

 

No conocía a Enrique Meneses, no éramos amigos. Pero una vez le vi.

Enrique Meneses
Enrique Meneses, fotografías en el encabezado de su blog

El periodista Jon Lee Anderson aceptó venir un domingo a La Tertulia Infinita y quedamos en que pasaría a recogerle a casa de un amigo enfermo al que quería ver esa misma mañana. Recalcó que para él era muy importante visitarle.

El amigo era Enrique.

Y siempre agradeceré a Lee Anderson lo que vino después.

Sin conocernos, esa misma mañana Meneses me hizo llegar varios mensajes preocupado porque encontrara su piso, en una torre alta del norte de Madrid: “Te esperamos, colega”. Aparecí con prisa porque era tarde para la tertulia, pero allí estaba él, en su silla y frente al ordenador, rodeado por esas fotos y revistas y libros que aparecen en tantos vídeos grabados en su salón. Imposible rechazar la conversación.

Jon Lee Anderson llevaba con él cerca de una hora y media. Yo estuve media hora más. Fue muy amable. Los dos lo fueron. Y la complicidad y el cariño entre ambos eran evidentes.

Físicamente Enrique era todo quietud, pero para compensarlo arrojaba palabras que iban y venían rápidas en el tiempo, como sus viajes. Hablaba y hablaba sobre cosas interesantes. Así que no sólo sus fotografías eran fabulosas, su discurso también.

Mencionaba con cariño a Rosa Jiménez Cano, su mentora en temas digitales, la periodista que le dio la oportunidad de seguir ejerciendo su profesión con independencia a través de Internet. Nos explicó la historia detrás de algunas de sus imágenes compartidas con aristócratas, presidentes, famosos… Yo giraba por el salón para verlas y Jon Lee Anderson advertía: “Cuidado con el cable” (el del oxígeno, que estuve a punto de pisar alguna vez).

Por esa curiosidad de quienes sabemos lo que es cuidar de un familiar dependiente, me pregunté quién le atendería en casa, quién le habría llevado hasta su silla esa mañana, quién le asearía. Era una persona enferma que mantenía una enorme dignidad.

Le dije que para mí estar allí hablando con él era casi una absolución, porque un día tuve la osadía de criticar algún pasaje de su libro de memorias y me habían hecho sentir muy mal. Casi como una ignorante. Yo no estaba de acuerdo con alguna cosa que decía o hizo Enrique alguna vez.

Él mismo se reía a menudo de su consideración de “jarrón chino” intocable para el gremio. Se asombró, dijo que la crítica era la esencia de esta profesión y me invitó a tomar un café en su casa con más tiempo para hablar de nuestras diferencias.

Al despedirnos, Jon Lee Anderson le dio un abrazo muy largo y fuerte. Y mientras se lo daba le dijo: “Te quiero”. Fue bastante claro, pero por si no se había oído bien, al separarse de él continuó agachado, le miró fijamente a los ojos y repitió aún más alto: “Enrique, que te quiero”.

Meneses musitó algo que creo que fue un “Lo sé”.

Me conmovió tanta ternura entre dos hombres tan grandes.

Intercambiamos varios mensajes después de aquel día. Generoso, pendiente de otras cosas que no eran sólo él, decía en su último e-mail: “El otro día vi que sabías cosas de mi vida y yo no sé nada de la tuya”. Pero nunca pudimos cerrar aquel café.

 

7 enero – Madrid el día después de morir Enrique Meneses (y es una fotografía a color) – Myriam Redondo

 

 

 


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