La verificación y el periodismo que viene

 

El fotógrafo Abdulaziz Alotaibi sacó una instantánea artística de su sobrino y las redes sociales acabaron entendiendo que se trataba de un huérfano sirio que dormía entre las tumbas de sus padres. La imagen se hizo viral. No es la primera vez que ocurre. Habrá más. Como expresaba Miguel Fuentes, cada vez es más difícil distinguir la verdad de la mentira. Da vértigo. Porque los contenidos difundidos son creíbles y quienes los difunden son también fuentes de solvencia.

 

Mesarse los cabellos es bastante hipócrita. Primero, porque todos cometemos errores; segundo, porque deberíamos asumir que como ciudadano es imposible obsesionarse con la fiabilidad al 100% en Internet. Comprobar todo tuit antes de redifundirlo o comentarlo implicaría dedicar horas largas a ello, impidiendo el placer de relajarse en las redes.

Sin embargo, para el periodismo se abre una ventana de oportunidad que conecta a la profesión con su esencia: la verificación, la búsqueda permanente de lo que los anglosajones llaman «accuracy» (precisión, un concepto que va más allá del periodismo de datos aunque se ha terminado relacionando casi exclusivamente con él). Porque una cosa es que uno se crea o intercambie un contenido falso; otra muy distinta que un medio reputado le ponga su sello. En el futuro, ese puede ser el valor añadido que ofrezca el periodismo profesional: el de garantizar que la liebre es liebre y que no es gato.

Es el motivo por  el que AFP ha adquirido parte del servicio de vídeo ciudadano Bambuser y la razón por la que el grupo NewsCorp de Murdoch se ha hecho con Storyful, la agencia de noticias sociales más conocida este campo. Puede que el lenguaje sea novedoso (se habla de potenciar el «UGC» o «User Generated Content» -contenido generado por el usuario-; también de impulsar las noticias en vivo y de última hora) pero la palabra clave es verificación, seguida de la de confianza. Los medios quieren que alguien que ha demostrado hacerlo bien verifique los contenidos digitales, desean contar con red de seguridad para evitar meteduras de pata colosales. En España, nada parece moverse hasta ahora en ese campo.

No es sólo la difusión de una fotografía falsa. También hay trampas en los matices y los detalles. El periodismo se juega su sentido ahí.

Manuel Jabois dibujaba estos días en «No hay excusa» la ruta retorcida que siguieron las declaraciones de una concejal gallega desde que un periódico las transcribió erróneamente hasta que acabaron provocando un linchamiento contra su autora en las redes sociales. El experimentado periodista Vicente Romero (expulsado de TVE por su edad) desvelaba cómo el supuesto hallazgo de un documental inédito de Alfred Hitchcock tenía mucho de bombo mediático por parte del Imperial War Museum y bastante menos de verdad. Como cuesta no creer al Imperial War Museum, la noticia fue ampliamente redifundida en Twitter; entre otros, por quien esto escribe.

Hay que evitar reaccionar con condenas o juicios excesivos ante algo sorprendente que se acaba de recibir, a la espera de que se aclare la información. Disfrutando de las Redes, sin obsesionarse con fallar. Pero cuando se tuitea en nombre de un medio… es otra cosa o debería serlo, por su propio bien. En el futuro, es la confianza en los procesos de verificación lo único que hará que la gente quiera seguir leyendo una cabecera y no a un individuo.

Mientras tanto, así como hace años se consiguió introducir en las escuelas aunque sea someramente la alfabetización mediática, estaría bien actualizarla ahora con los protocolos disponibles de verificación.

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