Al encontrarse al norte de Madrid, al borde de la M-30, las calles Salvador de Madariaga, Avenida de Badajoz y Albacete crean una burbuja. Salvador de Madariaga se descorcha desde el sur con la fuerza de dos construcciones emblemáticas: la Mezquita de Madrid y el Tanatorio de la M-30. Albacete retoma este camino hacia el norte con una cuesta antipática que es una advertencia: a partir de ella edificios de diseño atrayente engullirán al incauto en aburridas oficinas de trabajo.
En la unión de las dos vías se extiende en horizontal la Avenida de Badajoz. Más que una avenida parece una frontera. Al norte, las urbanizaciones ricas de Ciudad Lineal, llenas de piscinas y áticos casi de playa, siempre tendentes al blanco; al sur, edificios de realojo, un ladrillo que perpetuamente se oscurece y una calle que se llama cómo no Virgen de África.
En ese lugar cambiante (con mal tiempo hay más sombras que en otros lugares sombríos, si hace sol ciertos espacios parecen un pequeño Miami) la primera hora de la mañana se llena de estímulos visuales. Adolescentes que saltan la valla del instituto Salvador Dalí para incorporarse a clase después de un cigarro prohibido, extranjeros trajeados que el taxi deposita en el Hotel Novotel, musulmanes que aparcan sus coches donde sea para acceder a la Mezquita, familiares que abandonan el tanatorio con los ojos hinchados y los hombros caídos… Hay trabajadores del MICINN o los medios de comunicación de la zona (20 minutos o El Economista) que calientan sus manos con un café temprano en el Magaly, el bar que preside el encuentro entre las tres calles y que todo lo ve desde su esquina en altozano.
A la entrada de la Avenida de Badajoz, hace años, una mañana cualquiera ETA hizo estallar un coche bomba. Quería matar -y lo consiguió- a un general, su chófer y su escolta, que pasaban por allí en vehículo oficial. También hirió a 38 personas, muchas de ellas pasajeros vulgares de un vulgar autobús de la EMT que transitaba por donde no debía. Ardieron el coche, el autobús y todo lo que podía quemarse alrededor. Entre otras cosas la piel humana.
La escena fue tan brutal y paralizante que inspira el tramo final de un reciente film español de gran éxito. Como no soy Boyero, que alguna vez me ha estropeado las películas, no diré cuál es.
El caso es que cerca del lugar de los hechos hay hoy un quiosco de chuches, una oficina del BBVA y vallas de urbanizaciones arboladas. Tranquilidad, rutina y vida que parece suceder mientras apenas pasa. Dan ganas de acordarse de ETA en este momento en el que no ha ocurrido nada malo, y no cuando ella quiere. Últimamente hay mensajes cruzados de la banda, globos sonda, información extraña: debates internos, escritos de protesta, expulsión de disidentes, anuncios de secuestros… Que se peguen entre ellos. Que nos dejen tranquilos. Estamos Todos Asqueados de sus burbujas rotas.